Maria Ginestar (ella)
Este año nos hemos propuesto acercaros un resumen de lo que ha sido nuestro "año queer". Más bien, este es un resumen hecho para nosotras; uno de esos textos que nos sirven para autoexplorarnos y decir: qué fuerte tía en qué momento he escrito esto realmente.
Es 19 de diciembre y, después de unos días que se han sentido un total y absoluto altibajo emocional, me siento en la terraza. Conecto los auriculares sabiendo qué música me ayudará a hacer la relación directa entre lo que realmente llevo dentro y lo que quiero que llegue a este texto. El aleatorio decide que es hora de escuchar Where did you sleep last night, de Nirvana, y como una premonición del día de hoy la reproduzco en bucle, volviendo a ser esa adolescente que un día fui.
He vuelto a escribir la fecha. Parece que últimamente estas manos solo sirven para escribir crónicas; pero no es eso lo que quiero hacer aquí. Propuse escribir sobre nuestro año queer en BUIT para poder hurgar en mi propia intimidad. Hacer una introspección en diferido de todas las cosas que han pasado estos últimos 12 meses, que no son pocas, ni son pequeñas. Sin embargo, sentada aquí, solo puedo deshacerme ante una obviedad: creyendo que había derribado barreras, he construido otras bien fuertes, que me desnudarían por completo si mi año queer se mostrara realmente en estas líneas.
Sin saber cómo empezar, creo que este es uno de los temas más queer de los que puedo hablar: los muros que construimos con gente que consideramos cercana cuando nuestra realidad no está preparada para salir del armario. Básico, lo sé. No estoy aquí para hacer una oda al armario; nunca podría. Tampoco quiero que se crea que escribo esto desde una posición de absoluta armarización: hace años que esta bollera está out and proud en todos lados -solo hay que ver en qué medio os lo estoy narrando.
Lesbiana, bollera, bibollera, bisexual, queer. Cada día las fronteras de mi identidad se diluyen para mezclarse entre ellas y pasar a un estado líquido que les permita fluir tan rápido o lento como necesiten. He tardado años en entender esto y por fin puedo decirlo: término 2024 sabiendo que, aunque creo firmemente en la necesidad política de las etiquetas, puedo vivir libre de ellas. A la vez, esto me sitúa justo en la puerta del armario con aquellas personas a las que no imagino poder explicarles nunca el porqué de esta libertad, de esta fluidez. Personas que viven al otro lado de la burbuja que protege, débilmente, mi disidencia (gracias Gonza, por un 2024 lleno de artículos y conversaciones tan increíbles como esta).
Es curioso cómo he intentado varias veces comenzar este texto hablando de la forma tan increíble en la que he aprendido este año a amar: quería hablar de las relaciones fuera de la norma, de la deconstrucción del sistema sexo-género, de todas las personas increíbles a las que amo y he amado este año. Las había nombrado a todas, asegurándome de que quedara claro cada cosa que he aprendido a ver a través de sus ojos. Sin embargo, este, el texto final, el que todes estáis leyendo, prescinde de nombrarlas. Me pesan más otros nombres: los de todas las personas que nunca llegarán a conocer mi lado de la burbuja, viéndome siempre con un pie dentro y otro fuera del armario. Las que ahora, quizás, mientras leen esto, estarán cuestionando muchas de las realidades a medias que saben de mí, preguntándose cuál es la más verdadera.
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