Gonza M. Fontán (ella)
¿Es posible mantener una relación matrimonial no monógama y lesbiana? ¿Es posible que sin etiquetas fijas la bisexualidad y el lesbianismo, dentro del espectro que la sexualidad supone, se entrelacen, abracen y escriban las más bonitas cartas posibles? ¿Es posible hacer de un marido un confidente de aventuras eróticofestivas?

Hay algo que me apela como humana y como consumidora de contenido, cada vez, sin excepción, como una fórmula matemática perfecta: la confluencia de alianzas y circunstancias que convierten una historia no en un trabajo teórico, pero en un perfecto ejemplo, en la demostración exacta de que hay teorías utópicas sobre mundos mejores que pueden realizarse. Hay vidas en las que elementos complejos a priori se armonizan para construir el más bello mandala. La historia de Virginia Woof y Vita Sackville-West tiene un poco de esto.
¿Es posible mantener una relación matrimonial no monógama y lesbiana? ¿Es posible que sin etiquetas fijas la bisexualidad y el lesbianismo, dentro del espectro que la sexualidad supone, se entrelacen, abracen y escriban las más bonitas cartas posibles? ¿Es posible hacer de un marido un confidente de aventuras eróticofestivas? Es posible que ciertas costumbres y moralismos de la época convivan con letras que podría haber escrito cualquiera de tus amigas queer a su novia un viernes a las 3AM. Son posibles los celos que no dinamitan ni pudren, es posible la honestidad. Es posible el final no dramático de una relación.
Virginia escribió a Vita la que, en palabras de un hijo de Sackville, es una de las más bonitas cartas de amor de la historia. Se preguntaron por carta tantas veces: ¿Te gusto?, ¿me besarías?. Propusieron citas y no tuvieron miedo en escribir podemos almorzar y “después, podríamos divertirnos un poco”. Se lamentan en la dificultad de coincidencia de sus planes, “¡De haber sabido que ibas a pasar la noche sola!”... Sobre todo, se hacen preguntas. Se hacen muchísimas preguntas. Hay una voracidad en el saber de la otra. Hay años y años de una relación que fluctúa con el tiempo y que, finalmente, termina sin que nadie le ponga un fin, sin que sus otras relaciones, sus distancias, sus temperamentos o sus egos le hagan la zancadilla. Simplemente, termina. El fin de la relación entre Virginia y Vita, tras años de espaciar cada vez más sus cartas y visitas, fue descrito por Virginia Woolf:
«No ha habido peleas, no ha habido escenas; ha sido como cuando cae una fruta madura. Su voz diciendo “¿Virginia?” desde el umbral de la habitación de la torre tenía el mismo hechizo de siempre. Solo que no me hizo ningún efecto.»
Para mí quizá es esta la definitiva declaración y manifiesto del amor que existió entre ellas. En el fin se encuentra la esperanza de la posibilidad. Sin fin último: amor por amor. Hasta que el hechizo se acabe y haya que hacer “una afirmación extraña”.
No es la de Virginia y Vita la historia de dos mujeres que lo abandonan todo la una por la otra. No dejan a sus maridos, ni siquiera hay una infelicidad confesa ni aparente en sus matrimonios. Mantienen sus vidas y, en ocasiones, se esconden; en ocasiones, no. No es una relación meramente platónica; hay multitud de correspondencia erótica entre ellas que no deja lugar a dudas sobre la naturaleza también sexual de su relación. Virginia y Vita no lo dejaron todo para vivir su historia de amor; sólo la vivieron. Por eso no hay una ruptura. Vivieron el amor, y seguramente lo hicieron, con una ferocidad que sólo puede darse en la aceptación total de estar relacionándose con otra vida al completo.
En Virginia y Vita yo encuentro ilusión y esperanza por lo que fueron pero, sobre todo, por lo que no fueron.
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